Myanmar es uno de los países menos visitados de Sudeste Asiático. La antigua Birmania estuvo bajo el yugo de una dictadura militar hasta 2003, momento en el cual y poco a poco, se ha ido abriendo al mundo y por ende, al turismo.
En las navidades de 2016 queríamos hacer un viaje en familia para celebrar el 60 cumpleaños de nuestro padre y que Sara iba a depositar la tesis. Recuerdo estar una tarde haciendo correcciones de la tesis y plantearles destino: “¿Y si nos vamos a Myanmar?”. Hasta el momento no conocíamos ningún país del Sudeste Asiático, pero nos pareció una buena manera empezar por uno de los menos visitados.
Atardecer en Bagan
Es difícil escoger un solo motivo por el que visitar este país, por lo que nos gustaría contarte cuáles son los tres motivos por lo que no puedes dejar de visitar Myanmar.
Myanmar vale la pena por su riqueza arqueológica, es decir, por sus pagodas y sus templos, que forman parte del paisaje birmano y afloran en los lugares menos pensados. La descomunal Pagoda Shwedagon. Bagan y los cientos de pagodas que salpican su paisaje. Las pagodas en el Lago Inle que verás desde tu barca. Y un largo etcétera que irás descubriendo a lo largo de tu visita.
Visitar una pagoda es sinónimo de entrar descalzo. Encontrar muchas estatuas de Buda: descomunales, grandes, pequeñas, decoradas con neones… Es encontrarse con muchos locales que ofrendan a las diferentes estatuas: giran alrededor de ellas, les ofrecen incienso, derraman agua… Visitar las pagodas de Myanmar es sinónimo de disfrutar de amaneceres y atardeceres.
Hsinbyume Pagoda
Vale la pena ir a Myanmar por sus mercados. Nos fascinaron. Hemos de reconocer que nos encanta visitar los mercados en cualquier país al que vamos. A nosotras no nos suele dar ningún tipo de reparo encontrarnos con ciertas escenas cotidianas que, para los más aprensivos, pueden resultar desagradables. Por eso la visita de los mercados de Bagan y del Lago Inle fueron una de las cosas que más nos gustaron.
Pescaderías, fruterías, carnicerías, puestos de especias… Visitar un mercado en este país es acercarse a la vida local. Los hombres y mujeres que hacen sus compras y llenan sus cestos. Los monjes que van pidiendo comida por los diferentes puestos. Los pescaderos descamando los pescados. Los carniceros troceando los pollos. Es fantástico poder acercarse a la vida birmana tan de cerca.
Mercado de Bagan
Myanmar merece la pena por su gente. Durante las dos semanas que pasamos en este país descubrimos la amabilidad del pueblo birmano. Descubrimos la calidez de sus sonrisas y la sinceridad de sus miradas. En ocasiones las sonrisas y las miradas eran nuestro única forma de comunicarnos y aun así nos entendíamos porque había sinceridad y amabilidad en cada una de ellas.
Pero sobre todo lo descubrimos al final del viaje. El penúltimo día de viaje me puse enferma y, como tenía un dolor muy intenso en la tripa, acabamos llamando al seguro y yendo a un hospital. Lo que pensábamos que sería un corte de digestión, terminó por ser un tumor que me diagnosticaron y teníamos que esperar a estar en España para saber más. Como os podéis imaginar el día que pasamos entre hospitales y el vuelo de vuelta fue angustioso. Pero mi familia y yo siempre estaremos agradecidos por la amabilidad de la gente que nos encontramos: el taxista que nos llevó a la clínica, el personal de la clínica que fue atento, amable y cariñoso con todos nosotros, el acompañante que envió el seguro que nos ayudó en todo momento y el personal del hospital que estuvo pendiente de nosotros todo el rato que estuvimos allí. En esos momentos difíciles, que por suerte ahora los recordamos como un gran susto, encontramos gente que nos hizo sentir muy arropados.
Niño en Bagan
Siempre dicen que hay que dejarse algo en los países para volver. En nuestro día de hospitales, tuvimos que dejar de visitar el tren circular de Yangon. La salida del país fue amarga y nos dejó mal sabor de boca, por lo que nos gustaría volver para despedirnos del país como se merece: con una sonrisa bien grande y de agradecimiento.