Namibia ocupa una extensión de unos 824.292 km² y tiene 2.642.000 millones de habitantes aproximadamente, situándose como uno de los países menos densamente poblados del mundo. Esta vastedad se hace ya evidente al aterrizar: desde la ventanilla del avión apenas se vislumbran núcleos urbanos o casas. En lugar de eso, se despliega un panorama ininterrumpido de paisajes.
Para nosotras, Namibia representa inmensidad: kilómetros y kilómetros de carretera que se adentran en la nada y donde parece que no vas a encontrar nada. Aunque sería injusto decir que Namibia es un vacío total: la verdadera esencia del país radica en sus impresionantes paisajes, que cautivan al viajero. Uno de los más notables es el desierto de Namib, con sus majestuosas dunas que, a veces circuncidan lagos secos y árboles esqueléticos, y otras llegan al océano Atlántico y se unen con las olas del mar. Pero además, en el interior del país se pueden visitar lugares maravillosos como el macizo de Waterberg y las formaciones rocosas de Spitzkoppe, que añaden otra dimensión a la belleza de Namibia.
Deadvlei en Namibia
La paleta cromática de Namibia es de colores cálidos: rojos, amarillos y naranjas en diversas tonalidades impregnan el paisaje. Las dunas del Namib se tienen de rojo intenso, mientras que las rocas de Spitzkoppe muestran tonalidades de amarillo y ocre. Los atardeceres y los amaneceres son espectáculos en sí mismos, con cielos que se encienden en tonos rojos y naranjas, transformando arena y roca en escenarios de belleza sobrenatural.
Las puestas de sol en Namibia parecen eternas, con el cielo bañado en colores cálidos durante horas, producto de su ubicación cercana al trópico. Y cuando la noche cae el país ofrece otro regalo al viajero: un cielo estrellado que, en noches de luna llena ilumina el paisaje como si estuvieras bajo una lámpara gigante, y en las noches oscuras, las estrellas dominan el firmamento.
Spitzkoppe en Namibia
Pero más allá de sus paisajes, Namibia se quedará en nuestra memoria como el lugar donde hicimos realidad un sueño: realizar un safari y presenciar animales salvajes en libertad. Cómo bien describió el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro Ébano observar a estos animales en su hábitat natural es como “si uno asistiera al nacimiento del mundo, a ese momento particular en que ya existen cielo y tierra, cuando ya hay agua, vegetación y animales salvajes pero aún no han aparecido Adán y Eva. Y precisamente aquí se contempla ese mundo recién nacido, un mundo sin el hombre, y por lo tanto, sin el pecado, y es aquí, en ese lugar, donde mejor se ve, y tal cosa es una experiencia inolvidable”.
Las horas en el coche se transforman en emocionantes búsquedas de gacelas, oryx, avestruces, jirafas y más animales que han aprendido a prosperar en estas tierras tan áridas. Además en el Parque Nacional de Etosha disfrutamos del espectáculo que es ver varias manadas de elefantes, jirafas con sus crías, hienas al amanecer, rinocerontes al anochecer y una leona con sus cachorros. Un espectáculo de la naturaleza que se ha quedado grabada en nuestros grandes recuerdos viajeros.
Elefantes del desierto en Namibia